Propietaria, ¿por?

La ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de la Santa María de los Buenos Ayres fue fundada en 1580 por Juan de Garay y su troupe de 64 hombres.

¿Si?

No.

La ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de la Santa María de los Buenos Ayres fue fundada en 1580 por Juan de Garay, que lideraba una expedición compuesta por 64 hombres ―54 mancebos, 10 españoles―  y una mujer.

A eso le falta algo. Ajustemos.

La ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de la Santa María de los Buenos Ayres fue fundada en 1580 por Juan de Garay, 64 hombres, una mujer, sus familias, sus esclavos y una buena cantidad de indígenas (muchas veces sinónimos). 

La historia se va tornando más verosímil.

Pero ¿quién era esa mujer? 

Esa mujer era Ana Díaz.

¿Y era la única mujer de la expedición?

No.

Abordemos rápidamente al elefante en la habitación: ¿por qué se diferencia a Ana de las demás mujeres? Ellas viajaban en calidad de esposas, hijas o esclavas de los hombres que llegarían a Buenos Aires como vecinos y con derechos de propiedad. Es decir eran a través de ellos. Y para “La Historia” no eran.

Ana, en cambio, fue la única que lo hizo en nombre propio y en posesión de su patrimonio, patrimonio con el que costeó su participación en la expedición y que le reportaría tierras y ganado en la ciudad a fundar, igual que a Garay y a los otros 64 expedicionarios de los que “La Historia” se suele ocupar.
No hoy. 

Hoy toca Ana.

¿Cómo se convirtió Ana Díaz en la primera propietaria de Buenos Aires?

A eso vamos.

Con lo que sabemos y con sus versiones, que muchas veces nos hablan menos de los hechos que de las sociedades que las divulgan. Y también vale.

Un poco de genealogía:

Cuando hablamos de Ana hablamos de la única hija de un tal Mateo Díaz, español ―gallego, para más datos― y responsable de los ojos verdes que ella pasearía desde Asunción hasta el Río de la Plata.

Sabemos que fue parida por Savé, quien le heredó su tez morena y su cabello lacio y oscuro como la intriga. Y el carácter, si es que tal cosa se hereda.

Y el valor. 

Savé había sido secuestrada ―”fue hecha cautiva”, dicen en lo que pretenden eufemismo menos salvaje― por españoles de los que se nombraban adelantados. Estos adelantados la ofrecieron, luego de “hacerla cautiva”, es decir, secuestrarla, como premio de una partida de dados. Esa partida es la que ganó Mateo, cuyo premio no rechazó.

Poco tiempo después de parir a Ana, Savé tuvo la oportunidad y no dudó: en una invasión de los payaguaés, su pueblo, su familia, tomó su propia humanidad y se fue con ellos.

Sabemos que Ana quedó con su padre, que murió tiempo después. Que estuvo a cargo de un tutor que decidió que sus bienes pasaran a Rafael Forel, quien ya dueño de todo, quiso un poco más y se casó con ella. Sabemos que Rafael, al poco tiempo, también murió. 

Hay versiones que sostienen que Ana volvió a casarse en Asunción, esta vez con Pedro Isbrán, que también enviudó y, esas mismas versiones, intentan encontrar en esa doble viudez la explicación de la decisión de Ana de ser miembro de la expedición comandada por Garay. 

Esta versión, sin embargo, la desmienten las actas en las que constan los solares que entregó Garay a los, desde ese acto, primeros vecinos de la ciudad de la Santísima Trinidad.

A Ana Díaz le entregó un solar. A Pedro Isbrán (Izbrán en las actas) otro. Le damos crédito, entonces, a la versión que dice que Ana y Pedro no se casaron en Asunción sino en Buenos Aires y que el tal Isbrán (o Izbrán) no pudo morirse antes de la expedición de la que evidentemente participó. 

Y al rumor que dice que Ana fue la protagonista del primer matrimonio del Río de la Plata junto a su vecino Juan Martín, también expedicionario, también parte de la primera tanda de vecinos de la nueva ciudad, deberíamos ajustarlo. Suponemos, entonces, que ese primer matrimonio celebrado en Buenos Aires, habrá sido con Isbrán, (o Izbrán) y que recién a la muerte de éste, y no antes, se habría vuelto a casar, ahora sí con el tal Juan Martín. 

Lo que no estamos sabiendo es por qué Ana Díaz decidió dejar Asunción y embarcarse hacia la que sería Buenos Aires. Pero si no nos preguntamos por los motivos de los otros 64 hombres, ¿por qué habríamos de hacerlo en su caso?  Diremos, entonces, que habrá sido “asunto personal”.

Pero enseguida se nos suma otro rumor. Es que hay quien dice que no fue Ana quien se casó con el tal Juan Martin, sino su hija, una hija que no sabemos cuándo tuvo ni con quién, pero que habría sido, según algunos, la causa de su viaje: seguir a su hija que, junto a su marido Juan Martin, se instalaría en Buenos Aires.

Culebrón inchequeable. 

Lo que sí sabemos, y al fin y al cabo lo que nos importa, es que Ana costeó su propio viaje, se embarcó, llegó y se quedó.

Y sabemos que se convirtió, de ese modo, en la primera mujer propietaria de la futura ciudad de Buenos Aires. Y que en el solar que se le adjudicó, el que hace esquina en las actuales Corrientes y Florida del microcentro porteño, abrió una pulpería. A lo que estaba perfectamente autorizada según sabemos por el mismo Garay

 “yo en nombre de Su Majestad he empezado a repartir, y les reparto a los dichos pobladores y conquistadores, tierras y caballería y solares y cuadras, en que puedan tener sus labores y crianzas de todos ganados; las cuales dichas tierras y estancias y huertas y cuadras, las doy y hago merced en nombre de Su Majestad y del dicho Gobernador, para que como cosa propia suya puedan en ella edificar, así casas como corrales, y poner cualesquier ganados, y hacer cualesquier labranzas, que quisieren y por bien tuvieren, y poner cualesquiera plantas y árboles que quisieren y por bien tuvieren, sin que nadie se lo pueda perturbar, como si lo hubiese heredado de su propio patrimonio; y como tal puedan dar y vender y enajenar y hacer lo que por bien tuvieren; con tal que sean obligados a sustentar la dicha vecindad y población cinco años, como Su Majestad lo manda por su real cédula, sin faltar de ella, si no fuere con licencia del Gobernador o Capitán que estuviere en la dicha población, enviándoles a cosas que convengan y que sean obligados a acudir, conforme rezare la tal licencia.”

¿Y por qué Buenos Aires, a la que no sabemos si André Malraux u Ortega y Gasset llamaría “capital de un imperio que nunca existió”? ¿Qué hacía a ese páramo objeto de interés?

Estaba Asunción, estaba Santa Fe… faltaba un pasito más hacia el Atlántico. 

Hay una carta en la que Juan de Garay le insiste al rey para que “abriésemos las puertas a la tierra y no estemos más encerrados”. De este modo se resolvería el aislamiento de Asunción, se podría frenar el avance portugués y, sobre todo, se abriría un nuevo canal para los metales del Alto Perú hacia las arcas de su majestad, Felipe II de España y todos los etcéteras.

Para ese tipo de empresas, ―las que tenían un objetivo fundacional, conquistador― se solía tentar a los expedicionarios con indios mansos y metales preciosos. Pero en este destino nada de eso había. Es por eso que, en su búsqueda, Garay pedía hombres y mujeres aguerridos, que pudieran costear su participación en la expedición ―su propia parte, sin ir más lejos, fue costeada en gran medida por su esposa, Isabel de Becerra y Mendoza, que empeñó su joyería en favor de la empresa― a cambio de tierras de labranza y ganado cimarrón. Y de eso sí había para repartir por estas pampas.

La fundación de Buenos Aires quedaría retratada en un cuadro hecho por encargo.

Cerca de los festejos del primer centenario de la Revolución de Mayo ―demasiado cerca, quizás― el municipio encargó al pintor José Moreno Carbonero que retratara la escena fundacional. El pintor aceptó y realizó el cuadro contrarreloj, pero en el apuro tuvo algunos fallos producto de una investigación deficiente. Años después solicitó permiso para rehacer su obra, mejor informado y con menos prisa y no solo corrigió errores, también subsanó ausencias. En esta versión de 1924 vemos entre los presentes a Ana Díaz, ausente en el primero. 

Si pudo subsanarse la ausencia en una obra de arte, ¿por qué no habríamos de lograr desterrar el silencio con el que la historia cubrió a Ana Díaz, la primera mujer propietaria en la ciudad de Buenos Aires, con todo lo que tenía para contarnos de una época?

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Para “La trama oculta de Buenos Aires” – 2018